Opinión – Guerra: plural por sí misma

El jueves 24 de febrero, estaba tomando una clase de ruso; medio dormida, medio despierta; abrumada del día anterior y resignada a sorprenderme por la presunta guerra que se viene en medio de la pandemia y del #NoSeMataLaVerdad y con el 8M tan cerca.
Unos minutos atrás, mi maestra de ruso (nativa de allá) dejó de corregir nuestra pronunciación para hablar sobre el bombardeo. A nosotrxs nos daba pena preguntar qué pensaba al respecto, y ella no pudo abstenerse de aclarar su postura.
En contra, por supuesto.
Eso no fue lo que hizo ruido en mi cabeza, no fue lo que retumbó como metal.
Las palabras que lo hicieron fueron las que explicaron por qué ella no estaba sorprendida.
“Así como a ustedes les enseñaron de chiquitos a tocar la flauta, a nosotros nos enseñaban a armar y desarmar varios tipos de armas. Teníamos libros de texto”.
Con toda la ligereza del mundo, nos contó ese detalle de crecer en la URSS.
Probablemente si me hubiera puesto a pensar antes en que igual en nuestro país hay miles de infancias arrebatadas, de distintas formas, no me hubiera causado tanta curiosidad el tema de este texto. Pues, después de esa interesante conversación en la que realmente yo sólo escuchaba, me costó concentrarme en los temas que retomamos, y los ruidos de afuera vinieron a sumergirme en lo que pasaba por mi mente en ese momento. Primero lo oí como gritos atrapados; ni cerca ni lejos, sólo sin ser recibidos todavía. No fue hasta que mi mamá me dijo “ya llegaron los manifestantes” que retomé una realidad que se había vuelto ficción en mi mente ante tanto revuelo. Después de un minuto de recoger el contexto de nuevo, salí corriendo en pijama (porque el regreso al encierro me trajo así algunos días) y en un segundo fui teletransportada de mi casa al núcleo de una protesta.
Fue natural; los gritos eran familiares, las porras eran similares, el espíritu era el mismo. Es de esos que aparecen cuando te das cuenta de que están matando a tu gente. Familiar. De esos velos que se quitan las mujeres para enseñar sus ojos tristes.
Finalmente regreso, me conecto a otra clase como si me conectara a una intravenosa, y después de vagar por las redes sociales, veo las manifestaciones en Rusia.
Lo primero que siento al ver videos de gente siendo arrestada por manifestarse es una admiración profunda. Me arrebata una sorpresa y una falta de entendimiento que trae a mi mente las otras palabras de mi maestra: “En Rusia crecimos siempre preparados para el ataque del enemigo, para la guerra”.
Me tomó unos días comprender que quizás, con armas o no, todos crecimos así. Pues, durante estos días fue que salió el reportaje del Reforma, cuyo titular es “En Ucrania 198 bajas; en México 166 ejecuciones”. El objetivo claro de este reportaje era hacer una comparación entre la guerra de Ucrania, y lo que en México podemos llamar la guerra contra el narco. Pues, el número que muestra Reforma acompañado de la palabra “ejecuciones” hace referencia explícitamente a los asesinatos que han sucedido por conflictos de esta índole. Especialmente, son un tipo de violencia que se vive en el país que van más allá de la inseguridad “normal”, vaya. Sin duda, este tema ha tenido una atención particular en los últimos días por la terrible masacre del velorio de Michoacán.
Pero, si abordamos estos temas y establecemos esos parámetros de guerra, sin quitarle la gran seriedad que tiene, yo sí creo que entre las múltiples guerras que se desatan diariamente en México se deben contar la guerra contra las mujeres, la guerra contra la seguridad sexual, cualquier tipo de guerra que consideramos “normal”. Pues, así como ese tipo de violencia es enorme y complicada y grave, también lo es el hecho de que en México queden embarazadas 32 niñas de entre 10-14 años al día, de acuerdo con un estudio del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), que en el 2019 calcularon un aproximado de 11 mil niñas en ese año a las que les cambió la vida un placer ajeno inmediato. Muy probablemente, no sólo a ellas, sino al resto de su familia.
Una bomba que lanza un hombre en cuestión de segundos, que es capaz de cambiar por completo la vida de una persona o más.
Aclaro, para evitar a toda costa ser malinterpretada, que esta metáfora no busca igualar los efectos de una bomba de guerra a los de una violación, pues son guerras diferentes. Sin embargo, sirve para ilustrar el punto al que estoy intentando llegar. Sin prisa, con la aproximación que merece.
Pero, para acompañar mi metáfora, antes de proseguir retomo una frase de Susan Sontag, que ella tomó a su vez de un ensayo de Virgina Woolf, ya que creo que en estos momentos es importante considerarla para entender las implicaciones de que una mujer justiciera y sensible esté escribiendo esta opinión:
“… que la guerra es un juego de hombres; que la máquina de matar tiene sexo, y es masculino”.
Para lxs curiosxs, la frase pertenece al ensayo “Ante el dolor de los demás”, que habla del ensayo “Tres Guineas”.
No me detendré más a debatir esta frase porque no es la intención actual, así que pueden hacer lo que quieran con ella; tanto aceptarla como rechazarla es válido por el posicionamiento que tengan ante el tema de género, consideremos que para este efecto es un tema anacrónico.
Pues, el mensaje que transmite su texto, y que es el que yo quiero tocar, es la insensibilidad que puede haber ante el juego de la guerra. Porque es verdad que es un juego para muchas personas, creo que es aún más evidente ahora con las redes sociales. Oímos sobre una guerra en Europa y a veces se convierte en una especie de ficción que velamos y lamentamos, sí, pero que nos sirve como escape de lo que está pasando en nuestro propio país. Pues, claro que me gustaría ver el mismo movimiento que hay por Ucrania para las 11 mil niñas que son madres antes de entrar a la secundaria. Se podría decir que lo vemos en el 8M, pero la cantidad de violencia que hay hacia las mujeres, se ha generalizado, consciente o inconscientemente, y ha puesto a esas niñas como sólo un punto en el mapa. Tanto así que escogí puntualizar este dato que me horrorizó ya hace un tiempo, y que de pura casualidad recordé, sabiendo que así ignoro y dejo a un lado muchos otros no menos graves, puede que incluso más graves aún.
Pero, ¿por qué tomé este ejemplo tan específico, entonces?
Porque pienso que pasa lo mismo con la guerra en Ucrania; guerra que, para empezar, pasó por algunas controversias al ser llamada “guerra en Ucrania”, porque ellos no decidieron realmente formar parte de ella.
Así como aquí, las mujeres no decidimos que pasaran estas cosas.
Así también, como no lo quisieron los periodistas que buscaban que se dejaran de encubrir injusticias, en esta “nueva”, que no es nueva, llamada guerra contra el periodismo.
Así, finalmente, como no decidimos como ciudadanxs, que sólo intentan sobrevivir en México a todo esto y más, que ese elefante en la habitación para todos los medios políticos tuviera los efectos que tiene en nuestro país.
Entonces, claro que es importante prestar atención a lo que pasa en México; y para el mismo efecto, lo que pasa en todo América Latina.
Pero ojo, son cosas que pasan todos los días. Por lo mismo, la atención no se puede pedir solamente cuando solidarizamos con otra situación de violencia, por más que ahora pueda parecer ajena a nosotrxs.
Pues, como breve paréntesis, creo que es importante considerar en este caso particular que es algo igualmente grave que puede crecer muy rápido, y afectar no sólo a Ucrania, sino a muchos otros países, lo cual no suele suceder con los conflictos internos de un país, por más horribles que estos sean.
Por supuesto, vuelvo a aclarar, para que no haya espacios grises, que claramente este mensaje no va dirigido a las personas que suelen estar involucradas en, precisamente, darle la atención que merecen a los temas de violencia que ya mencioné, así como a otros.
Incluso esta aclaración funciona para ejemplificar lo que quiero decir.
Es absurdo generalizar, es absurdo comparar, cuando de violencia se trata.
Tan absurdo como ir con unx protestante por lxs periodistas asesinadxs y juzgarle porque no está involucradx en las marchas por los feminicidios; viceversa con una mujer en la manifestación del 8M que protesta por las mujeres y niñas violadas.
Así como no podemos hacernos de la autoridad para dictaminar por qué causa debe manifestarse cada quién, creo que es importante señalar que tampoco está padre ser neutral; tampoco está padre pensar que como a ti y a mí no nos está pasando (en realidad, que no nos está pasando esa situación particular, pero sí muchas otras), no tenemos razón para protestar y para condenar la violencia en otros países, así como haríamos con el nuestro, a través de los medios que nos sean posibles. Ya sea que queramos salir a las calles con un cartel que diga “No a la guerra”, o que queramos compartir información en nuestras redes sociales de lo que está pasando; incluso si sólo queremos hacer clara nuestra postura de la forma en la que queramos. Pues, creo que como personas que, como lxs ucranianxs y el resto de los países que atraviesan guerras en este momento (que de nuevo, irme a las particularidades del mundo entero sería contraproducente, por lo que por ahora escogí lo que veo en mis alrededores en este momento: México-Ucrania), tenemos familia, tenemos pasiones, tenemos vida, tenemos también la responsabilidad colectiva de condenar cualquier guerra.
Pues, como dijo Virginia Woolf, y una gran cantidad de otrxs autorxs, la guerra es entre individuos. Por eso, no podemos quedarnos con los brazos cruzados mientras miles de personas mueren por los juegos de poder de otros.
Me gustaría cerrar esta nota, que me tomó una semana de quedarme estancada en la primera página por lo abrumada que estaba emocionalmente con todo esto, con un gran ejemplo en relación a esto.
Como mencioné al principio, me sorprendí mucho al ver que la gente en Rusia salía a protestar, sabiendo que las posibilidades de ser arrestadxs eran extremadamente altas. Me conmovió mucho.
Como recordatorio, lo mismo pasó en Cuba el año pasado, y ya aclaré mi punto sobre lo importante que es mantenerlo presente, pero no compararlo.
Pues, ese día, tan sólo unas horas después de que sucedieran los primeros ataques a Kiev y a ciudades vecinas, mi maestra de ruso nos dio una razón por la cual no estaba de acuerdo con lo que estaba haciendo Putin; y creo que nunca lo voy a olvidar.
“Irse a esta guerra es pisotear todo lo que escribieron Tolstoi y Dostoievsky”.
Siendo ávida lectora de estos autores, no puedo evitar mostrar mi apreciación por esa sencilla oración. Así que, fue difícil escoger entre tantas opciones, pero lxs dejo, finalmente, con las palabras de Tolstoi:
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“¿Cómo puede uno estar bien… cuando uno sufre moralmente?” (Guerra y Paz, 1867)
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Esta entrada forma parte de “Desde mi cuarto propio”, una columna feminista escrita por nuestra periodista Sofia Soto.
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