Opinión – ¿Cómo la crisis de refugiades evidenció el racismo en los medios?

Las historias sobre personas migrantes no son nada nuevo. Podemos encontrarlas a lo largo de la historia de la humanidad, plasmadas en la literatura: ya sea en relatos bíblicos, en los clásicos, e incluso en el periodismo moderno. Yo misme he cubierto al menos media decena de notas relacionadas con el flujo de migrantes en Latinoamérica y Estados Unidos. Asimismo, para quienes me hayan leído hablar sobre el tema, sabrán que la situación de les migrantes no es idónea. Las palabras a las que he tenido que recurrir en más de una ocasión para describirla han sido centradas en la violencia, la discriminación y la marginalización a la que se enfrentan. Sin embargo, desde que comenzó la actual crisis de refugiades en Ucrania hemos sido testigos de un drástico cambio en la narrativa con la que se detallan los hechos.
Pasamos de leer sobre cómo la población protesta, agrede y delinque en contra de migrantes a leer sobre cómo la ciudadanía de países vecinos a Ucrania recibía a les migrantes con los brazos abiertos, brindando un apoyo casi incondicional. Pasamos de escuchar a polítiques y figuras públicas replicar discursos racistas y xenófobos disfrazados de nacionalistas con los que exigían liberar su territorio de migrantes a escucharles genuinamente preocupades e indignades por la situación de les ucranianes. Pasamos de ver videos de pruebas y testimonios sobre la violencia policial y sistemática que los gobiernos ejercen hacia les migrantes a ver los incontables esfuerzos de les gobernantes para proteger a les refugiades. Este cambio tan radical en la representación mediática de las personas migrantes se le ha atribuido a múltiples factores, mas, en este artículo, pretendo evidenciar la conexión clara y directa entre este cambio y el racismo y la xenofobia en Occidente. Por ello, me pregunto: ¿cómo la crisis de refugiades evidenció el racismo en los medios?

Para comenzar con esta discusión, me parece pertinente aclarar un par de puntos. En primer lugar, podría excusarse la respuesta de los medios considerando que, a diferencia de lo que se vive en América Latina, les ucranianes son refugiades, no migrantes. Aunque hasta ahora he usado los términos indistintamente, considero importante señalar la diferencia e indagar en ella. De acuerdo con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para les Refugiades (ACNUR), les refugiades “son personas que huyen de conflictos armados o persecución, a quienes negarles el asilo puede traerles consecuencias mortales”. Por su parte, definen a les migrantes como personas quienes “eligen trasladarse no a causa de una amenaza directa de persecución o muerte, sino principalmente para mejorar sus vidas al encontrar trabajo o por educación, reunificación familiar, o por otras razones”. Sin embargo, la diferencia radica en que “a diferencia de los refugiados, quienes no pueden volver a su país de forma segura, los migrantes continúan recibiendo la protección de su gobierno”. Aquí quisiera abrir un paréntesis que, aunque algo alejado del tema a tratar, considero muy necesario para la discusión.
La delgada línea que separa a refugiades de migrantes es, a mi parecer, violenta por sí misma. Según el ACNUR, la única diferencia concreta entre ambos términos parte de la naturaleza de la violencia que les obliga a abandonar sus países de origen. En el caso de les refugiades, son los conflictos bélicos o amenazas directas para su vida las que les obliga a movilizarse, mientras que les migrantes lo hacen “para mejorar su estilo de vida”. Este estatuto –el nivel de peligro que corre su vida– es el que determina los derechos a los que tienen acceso y la respuesta de los gobiernos ante su tránsito. Esto porque les refugiades son protegides tanto por legislaciones y políticas nacionales particulares de cada país como por derechos internacionales protegidos por el ACNUR mismo. Por su parte, les migrantes dependen únicamente de las legislaciones nacionales, lo que de forma inevitable les condena a una marginalidad y vulnerabilidad ante la violencia sistemática que se ejerce en su contra. Mas yo me pregunto, ¿no es acaso la situación de la mayoría de les migrantes en sus países de origen casi tan violenta como la que sufren les refugiades por la guerra?
En el caso de Latinoamérica, por ejemplo, millones de migrantes escapan de sus países porque la vida en ellos es insostenible, ya sea por la carencia de recursos, por la situación sociopolítica del Estado, o incluso por el crimen organizado. Así, millares de personas se ven obligadas a huir, pues quedarse representa un riesgo para sus vidas. Por ello, considero tan problemática la distinción entre ambos términos, pues sólo justifica la violencia ejercida en contra de les migrantes. En 2020, la ONU contabilizó a casi 272 millones de migrantes internacionales en todo el mundo, mientras que el ACNUR contabilizó a 82,4 millones de refugiades –el 30.2% del número de migrantes. Al considerar a menos de un tercio de esta población como refugiades, se les niega de forma sistemática a les migrantes el acceso a la protección y el derecho internacional, permitiendo e institucionalizando la violencia que sufren. Entonces, es necesario que tu vida esté en riesgo latente y palpable para que los organismos internacionales y las naciones te brinden ayuda humanitaria, te concedan los derechos más básicos e indispensables para tu supervivencia y validen tu asilo.

Habiendo explicado este punto, ¿es posible atribuir el trato y la representación mediática de les ucranianes a su condición de refugiades? Sí, mas también debemos considerar otro factor clave en la discusión: su blanquitud. La basta mayoría de comentarios criticados han girado en torno a varias cuestiones resultantes de su racismo y xenofobia que parten de la blanquitud de les ucranianes. “Esto no es una nación tercermundista en desarrollo, esto es Europa”. “Estos no son refugiades de Siria, sino de nuestro vecino Ucrania los cuales –francamente– son blancos y cristianos”. “Esto es muy emocional para mí, porque veo a gente europea con ojos azules y pelo rubio siendo asesinada, niños siendo asesinados todos los días con los misiles de Putin”. “Este no es un lugar, con todo respeto, como Irak o Afganistán que tienen conflictos desde hace décadas, este es un país relativamente civilizado”. Pero ¿por qué les causa tanto ruido les occidentales blanques ver a refugiades blanques? Fácil, es la primera vez en décadas en la que las víctimas de un conflicto bélico son personas blancas de un país “primermundista”.
Para millones en Europa y Estados Unidos, los conflictos armados o la necesidad de desplazarse de sus países nunca han sido parte de su realidad. Dada su condición de privilegio, siempre fue sencillo deslindarse de esas historias de refugiades, pues nunca contemplaron la posibilidad de verse reflejades en elles. Desde la época de la colonia, se ha relacionado la blanquitud con civilidad, por lo que cualquier otra raza, nación o cultura no europea fue y es tratada como menos. Por ello, el sufrimiento de dichas poblaciones jamás ha sido relevante para los intereses europeos y coloniales. Así, cuando ven a personas blancas, europeas y cristianas vivir la situación de aquellas poblaciones a las que tanto desprecian e invisibilizan el pánico les consume. De repente, eso que les parecía tan ajeno y lejano, eso a lo que se sentían inmunes, ese sufrimiento y terror al que sólo les “tercermundistas” estaban confinados, se convirtió en su propia realidad. Finalmente sintieron en carne propia lo que sus conflictos armados habían causado para millones de personas en Asia, África y América Latina.
Lo que presenciamos en los medios no es más que el reflejo de ese privilegio blanco viéndose comprometido por primera vez en mucho tiempo. Asimismo, la respuesta de los organismos internacionales también demuestra la priorización de los intereses blancos por sobre la seguridad e integridad de las poblaciones negras, asiáticas, indígenas y mestizas. La guerra en Ucrania ha orillado a las Naciones Unidas y a sus distintos organismos a tener una multitud de sesiones extraordinarias dado el estado de emergencia que enfrentan les refugiades ucranianes y ruses.
Mientras las naciones se reúnen rápidamente para buscar soluciones para Ucrania, en Siria sus esfuerzos siguen sin dar frutos, en Yemen el conflicto armado continúa, en Afganistán los talibanes aún retienen el poder, en Palestina se sigue desplazando por la fuerza a su población, en Myanmar el ejército nacional sigue aterrorizando y controlando al país, en Etiopía los combates armados no cesan, en Haití las crisis políticas y medioambientales todavía están latentes, en Venezuela y Nicaragua las dictaduras continúan reprimiendo a su pueblo.
Lamentablemente, el conflicto entre Rusia y Ucrania no es el único, pero al tener a Europa como escenario se ha convertido en la prioridad del mundo. El actual conflicto nos ha hecho conscientes de muchas cosas: de la fragilidad de los estados europeos, de la incapacidad de los gobiernos de empatizar con las necesidades de su población, de la forma en la que el privilegio blanco te dará prioridad incluso en situaciones críticas.

Con el fin de ejemplificar de forma más concisa el impacto de este racismo y xenofobia en la experiencia de les refugiades, presentaré dos perfiles hipotéticos: por un lado, al ucraniano Yure, por el otro, a la venezolana María Eugenia.
Yure es un hombre blanco cisgénero y heterosexual de 21 años, originario de la ciudad de Kiev, Ucrania. Estudia en el Instituto de Ciencias Militares de la Universidad Nacional Tarás Shevchenko de Kiev, en la cual ha destacado por su alto desempeño académico. Proviene de una familia adinerada donde es hijo único, pero vive actualmente en un departamento en el centro de Kiev junto a Anastasiya, su novia, a quien planea proponerse en un par de semanas. Hasta hace apenas unos días, disfrutaba sus tardes de bar en bar con sus amigos, o yendo a museos con Anastasiya, o concursando en torneos de golf, o atendiendo a seminarios y conferencias sobre el proceso de desarme de un misil nuclear, o compartiendo con sus padres la merienda en un caro restaurante gourmet.
Todo cambió cuando los primeros misiles rusos azotaron la ciudad, mientras las fuerzas armadas rusas se abrían paso hacia la ciudad. Le tomó algo de tiempo dejar su apartamento, ya que no sabía cuáles de sus pertenencias deberían llevar consigo. Le dolía dejar atrás su consola que tanto disfrutaba. Su maleta pesaba de más gracias a las múltiples medallas de oro que a penas y cupieron, pues decía que se las había ganado con su esfuerzo y no planeaba dejarlas atrás. Se desesperaba porque no encontraba todos los cargadores y cables de sus dispositivos, porque ¿con qué iba a cargarlos?
Tras varias horas, salió del apartamento y cerró la puerta con llave –no fuera a ser que entraran a robarle sus cosas que no logró acomodar en la maleta. Se dirigió a su camioneta del año, pero su novia le aconsejó irse caminando tras estancarse en el tráfico. Un par de días después, llegaron a la ciudad fronteriza de Lviv, donde pidieron asilo en Polonia. Sin embargo, una vez llegados a la frontera, policías ucranianes detienen a Yure y le piden quedarse para pelear por su país. Después de una pequeña conversación, Yure accedió a quedarse si le aseguraban que su novia y su familia estarían a salvo. La despedida fue amarga, pero prometió que esa no sería la última vez que se verían. Así, Yure se enlistó en el ejército por decisión propia y defendió con honor su hogar.
Maria Eugenia, por su parte, es una mujer afrodescendiente de 16 años, originaria de la ciudad de Caracas, Venezuela. Vive con su madre, Ana María, y sus cinco hermanes en una vivienda que carece de los servicios básicos de luz, agua y drenaje. Su situación económica resulta insostenible. Su madre tenía un puesto informal en la avenida principal de la ciudad, pero no era suficiente para mantener a la familia, por lo que ella y sus hermanas, Fernanda y Gabriela, tuvieron que prostituirse para poder sobrevivir. Su padre ya no vivía con elles, pues había abandonado a su madre tras su nacimiento, tal como los padres de sus hermanes lo habían hecho. Al ser la mayor, desde temprana edad tuvo que tomar un rol maternal con sus hermanes mientras su madre trabajaba fuera.
Ella no fue a la escuela porque tenía que encargarse de la casa y cuidar a sus hermanes menores. No sabía leer ni escribir, pero tampoco lo creía tan necesario. Sobrevivía, que era lo importante. Un día, su madre no regresó a la hora habitual. Cayó la noche y no escuchó su peculiar manera de dar pisotones en la entrada del hogar para indicar su arribo. Estaba aterrada, pero hizo lo posible por calmar a sus hermanes. Al día siguiente, contempló la fría y estática cama de su madre, que no mostraba huellas de haber sido usada esa noche. Decidió salir con sus hermanes a preguntar a vecines y transeúntes sobre ella, hasta que, al llegar a su puesto, se paralizó ante la desgarradora escena. Entendió por qué no la escuchó llegar la noche anterior, por qué ya no escuchó su risa tan dulce ni vio el tintineo de sus ojos. Dudó en ir a la comisaría a presentar una denuncia, pues había escuchado que no era la mejor idea ya que los policías solían no dar respuesta e incluso llegaban a aprovecharse de su posición. No supo a dónde ir, así que regresó a su casa.
A pocos metros de llegar a su vivienda, María Eugenia observó a hombres armados fuera de la misma y escuchó a su vecina hablarle. Le dijo que era mejor que se fueran, que no llegaran a casa. Le aconsejó huir lo más lejos posible y le comentó sobre una caravana que se dirigía a Estados Unidos. Atada de manos, siguió los consejos de la mujer y huyó junto a sus hermanes con la caravana. Tras dejar su hogar, se dirigieron a la tierra prometida por una vida mejor. Los días se hicieron semanas, y las semanas, meses. A cada ciudad por la que transitaban se enfrentaron con una violencia inhumana por parte de la gente, la policía, el estado. El hambre les consumía, apenas y encontraba comida para sus hermanes. Fue abusada en más de una ocasión, tanto por miembros de la caravana como por hombres de los países por los que pasaban. Finalmente, al llegar a México, fue detenida. No tenían papeles, apenas y tenían pertenencias, sólo tenía miedo, dolor y cansancio. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando la amenazaron con deportarla y enviarla de regreso a Venezuela.

Puede que estos sean casos hipotéticos, situaciones imaginarias que yo he inventado para demostrar mi punto, pero me resulta inhumana el mundo de diferencia que hay entre Yure y María Eugenia. Ambes fueron obligades a abandonar sus hogares, ambes sufren por la situación en su país, pero nuevamente es una delgada línea la que ha contribuido al desenlace de cada historia: el ser o no refugiades. Yure habría sido recibido sin problemas en cualquier país vecino al que hubiera pedido asilo, María Eugenia fue violentada en cada país por el que transitó. Yure tuvo la oportunidad de decidir si irse o quedarse, María Eugenia no. Yure tuvo acceso a un asilo digno, María Eugenia no. Yure es catalogado como refugiade, María Eugenia como migrante.
Por eso me parece tan importante cuestionar a los medios y las historias que nos presentan, criticar a los gobiernos y organismos por su trato desigual, señalar el racismo y la xenofobia que se manifiestan en discursos, acciones y omisiones. Te invito, queride lectore, a cuestionar la presente situación. Te invito a reflexionar sobre el trato y tu postura ante les migrantes. ¿Es necesario que sus vidas estén en riesgo latente y palpable para que reciban un trato digno? ¿Era necesario que ocurriera la crisis de Ucrania para solidarizarnos con les migrantes y refugiades del mundo? ¿Debemos permitir la reproducción de discursos racistas y xenófobos en noticieros y diálogos políticos? Lo dejo a tu criterio.
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Esta entrada forma parte de “Preguntas de une chique queer”, una columna que cuestiona tendencias escrita por nuestre periodista Alex Reséndiz.
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