Opinión – ¿Cómo nuestra lengua moldea nuestra realidad?

La Secretaría de Gobernación, a través del Diario Oficial de la Federación, emitió esta semana un decreto mediante el cual se exhorta a que las campañas de comunicación social del gobierno federal establezcan un lenguaje incluyente, con el objetivo de eliminar todo tipo de violencia hacia las mujeres. Esta noticia, he de decir, me tomó por sorpresa. Pocas veces hemos escuchado de una institución gubernamental o académica que acepte el lenguaje inclusivo, ni mucho menos que incite a su uso. A pesar de las distintas propuestas que plantea el lenguaje inclusivo, la discusión respecto a su uso se centra mayormente en la preocupación de que se “destruya el idioma”. Tanto instituciones académicas como puristas de la lengua señalan que el idioma no necesita ser modificado para encajar con “nuevas ideologías”, pues afirman que cada lengua responde de manera eficaz a las necesidades de sus hablantes, por lo que el alterarlas sólo entorpecería su uso. Argumentos en contra del lenguaje inclusivo suelen destacar tres problemáticas principales: la carencia de sentido, la obstaculización de la comunicación, y la disrupción estética de la lengua. Para indagar en la veracidad de estos argumentos, primero debemos explicar ¿qué es el lenguaje inclusivo?
El lenguaje inclusivo puede definirse como el fenómeno lingüístico que cuestiona el uso del masculino genérico a favor de incluir y visibilizar a todos los géneros e identidades. Este fenómeno puede comprenderse como un recurso estilístico, como conjunto de propuestas sobre el uso de la lengua o como una práctica lingüística que busca la representación idónea y justa de grupos históricamente marginados e invisibilizados. De este modo, debemos comprender que el debate sobre el lenguaje inclusivo no se limita al ámbito lingüístico, sino que comprende del mismo modo un discurso político. El carácter político del debate recae en la crítica hacia el androcentrismo del lenguaje.
En el caso de algunas lenguas romances como el español, para nombrar colectivos solemos utilizar el masculino genérico. De acuerdo con la Real Academia Española (RAE), el masculino gramatical “no solo se emplea para referirse a los individuos de sexo masculino, sino también para designar la clase, esto es, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos”. Sin embargo, tal como lo señala la lingüista Claudia Guichard Bello en su Manual de comunicación no sexista, “en estas reglas se ha olvidado que el patriarcado ha dominado nuestra percepción del entorno, y que la lengua, como producto social, no se ha construido de forma ajena a la sociedad”. En las palabras de Guichard Bello encontramos la cuestión que me llevó a indagar en el tema y que nombra este artículo: ¿cómo nuestra lengua moldea nuestra realidad?

Para comenzar con un análisis de la función de la lengua como herramienta para entender y nombrar nuestra realidad, debemos aclarar que, como expone Nattie Golubov: “el lenguaje no es un portador transparente de significados, sino un recurso de poder porque clasifica el mundo, es una forma de ordenar y nombrar la experiencia”. Asimismo, hemos de recordar que el lenguaje por sí mismo no es sexista, sino que es el uso y los significados que se les dan a las palabras y discursos los que discriminan y violentan. Por ello, al discutir los cambios que propone el lenguaje inclusivo, debe entenderse que van más allá de la cuestión lingüística. El lenguaje inclusivo postula, en parte, una propuesta de cambio gramatical, pero es, principalmente, una crítica a la ideología androcéntrica y heteronormativa, que sitúa al hombre cis-hetero como el centro desde el que se construye nuestra realidad y nuestro lenguaje. De este modo, debemos entender que el lenguaje tiene también una función política.
Una consigna que siempre tengo en mente al discutir este tema es una utilizada en marchas y discursos feministas: “lo que no se nombra, no existe”. En ello radica la función política de nuestra lengua. A través del lenguaje nombramos nuestra realidad. Todo lo que existe, ya sea algo corpóreo o un concepto abstracto, tiene una palabra para nombrarlo. Por ello, la manera en la que utilizamos nuestro lenguaje denota nuestra percepción del mundo, nuestras ideologías y prejuicios. Lo que nombramos ocupa un espacio en nuestra concepción de la realidad; por lo tanto, aquello que no nombramos queda excluido, al margen de nuestra visión del mundo. El lenguaje por sí solo no incluye o excluye, sino que es el uso que se le da a la lengua el que propicia la inclusión o la invisibilización. El lenguaje inclusivo como propuesta busca oponerse a la exclusión social derivada de las convenciones socioculturales y las estructuras de poder. Como señala la lingüista Adriana Bolívar, “implica una propuesta de cambios que obliga a pensar el problema desde una perspectiva ideológica”. El lenguaje inclusivo no critica ni cuestiona al idioma, sino a la sociedad que lo utiliza. Así, propone estrategias y reformas respecto al uso del lenguaje con el objetivo de nombrar aquellas realidades que han sido invisibilizadas y condenadas a la marginalidad.

Entre las propuestas postuladas por el lenguaje inclusivo podemos destacar dos principales, cada una enfocada a nombrar una realidad diferente. Por un lado, el lenguaje no sexista se refiere al cuestionamiento del uso del masculino genérico como herramienta del sistema patriarcal para invisibilizar a la mujer. Esta denominación señala, del mismo modo, las manifestaciones del sexismo en el lenguaje. Desde expresiones coloquiales, refranes, frases, afirmaciones o incluso palabras, cuyo significado no implica una connotación derogativa, hasta insultos, bromas y chistes de mal gusto, el sexismo y la violencia hacia la mujer es latente en nuestro uso del lenguaje. Citando un ejemplo cotidiano, consideremos las palabras «suegra» y «suegro». Ambas palabras poseen el mismo significado, mas «suegra» suele acompañarse de un sentido negativo. De manera similar, consideremos la palabra «presidente»: es muy probable que la imagen que tengas en mente al leer esta palabra sea la de un hombre, pues son pocas las mujeres que portan dicho título. Esta percepción misógina y sexista de la asociación entre la mujer y lo malo puede atribuirse a un androcentrismo. El hombre es visto como la base, como lo neutro, mientras que la mujer es representada como derivada del hombre, al margen del género humano. Desde siempre hemos escuchado el uso de la frase «el hombre» para referirse a la humanidad entera. Hemos usado el pronombre «todos» para referirnos a un grupo mixto de personas, incluso aunque los hombres sean minoría. De este modo, el lenguaje no sexista propone estrategias discursivas y estructuras gramaticales y sintácticas que eliminen el sexismo en el lenguaje a través de un análisis crítico al significado y trasfondo con el que cargan nuestras palabras, así como la limitación del uso del masculino genérico.
Una de las principales alternativas al masculino genérico a favor de un uso no sexista de la lengua es el desdoblamiento. Éste propone utilizar las dos variantes de sustantivos y adjetivos derivadas de la marca de género gramatical que poseen. Por ejemplo, decir «las niñas y niños» en lugar de «los niños»; decir «las profesoras y profesores» como alternativa de «los profesores»; decir «las y los presidentes del mundo» en oposición a «los presidentes del mundo». De este modo, se permitiría visibilizar la presencia, existencia y agencia de las mujeres pertenecientes a estos grupos, otorgándoles un espacio en la realidad que nombramos. Sin embargo, esta propuesta ha sido criticada por puristas de la lengua, argumentando que atenta contra la economía lingüística: la simplificación de los discursos mediante la reducción del número de palabras utilizadas para comunicarse. Por ello, se ha propuesto también el uso de sustantivos epicenos –aquellos que incluyen todos los géneros sin importar la marca de género gramatical de dicho sustantivo: decir «las infancias» en lugar de «las niñas y niños»; decir «el alumnado» en oposición a «los alumnos y alumnas»; decir «quien estudie, pasará el examen» y no «el o la que estudie, pasará el lenguaje». No obstante, esta propuesta puede resultar insuficiente, pues, aunque nombra una realidad sin destacar a un grupo sobre otro, sigue sin cumplir con la función de visibilizar a la mujer. Por ello, de manera más radical, se ha propuesto el uso de un «femenino genérico», cuya principal función sería cuestionar al masculino genérico y al androcentrismo. De este modo, todo grupo sería referido como femenino sin importar cuántes de sus componentes se identifiquen como mujeres: decir «vamos todas en camino» aunque las mujeres fueran minoría en el grupo en cuestión. Estas propuestas buscan resaltar y destacar a la mujer dentro de los colectivos, librándola de la invisibilización a la que históricamente se le ha confinado.

Por otro lado, el lenguaje no binario o neutro busca evidenciar la existencia de otras realidades que la comprensión binaria del mundo no comprende, como lo son las identidades no binarias. Para ello, se ha propuesto la estrategia más comúnmente asociada al lenguaje inclusivo: la sustitución de la marca de género («-o» o «-a») por «e», «x» o «@». El uso de estas nuevas marcas de género gramatical permitiría nombrar realidades fuera del binarismo y la heteronormativa. De este modo, utilizaríamos «todes», «todxs» o «tod@s» para referirnos a un grupo de personas compuesto tanto por hombres, por mujeres, así como por identidades generoinconformes. Asimismo, esta alternativa permite también nombrar a personas no binarias en singular: «elle es directore de orquesta», «mi compañerx prefiere las novelas a la poesía», o «mi amig@ quiere visitarnos las próximas vacaciones».
Las tres posibilidades que propone esta denominación responden a las distintas necesidades de las personas que las acuñaron. El «@» podría señalarse como el primer intento moderno de una forma más incluyente del lenguaje. Se ha usado durante décadas para referirse tanto a masculino como a femenino, siendo una opción socialmente aceptada, mas resulta insuficiente desde una perspectiva lingüística, pues obstaculiza la comunicación al no tener una manera clara de leerse o de usarse en el discurso oral, además de no contemplar las realidades no binarias. La «x», en cambio, fue un segundo intento más acertado. La x fungiría como una casilla en blanco, dejando abierta la posibilidad de leerla como una «a» o una «o». Sin embargo, está diseñada para la escritura, por lo que es insuficiente para las conversaciones orales. Finalmente, la «e» resulta la propuesta más factible, pues funciona tanto de manera oral como escrita. Presenta una alternativa fácil para la lectura y el discurso hablado, principalmente por utilizar una de las vocales más comunes de encontrar al final de las palabras en nuestra lengua española.

No obstante, la propuesta del lenguaje no binario ha sido la más criticada y cuestionada. Puristas del idioma e instituciones académicas como la RAE han expresado su desaprobación a esta propuesta, señalando que “deforma el lenguaje” y “problematiza una cuestión perfectamente funcional sin razón alguna”. La crítica hacia el lenguaje inclusivo suele acompañarse de un sentido de autoridad sobre la lengua y de superioridad moral. Sin embargo, debemos recordar y aclarar que no existe ninguna institución o persona que regule o controle el uso del idioma. Aunque la RAE y otras instituciones similares aparenten ser reguladoras de la lengua, su función y facultades se limitan a dar recomendaciones sobre su uso, con el fin de establecer una base común que permita una comunicación efectiva. Por ello, al discutir sobre el uso del idioma debemos recordar que la lengua es de les hablantes. Con esta afirmación me refiero a la cualidad mutable y viva de nuestra lengua. Debe mantenerse en constante evolución y desarrollo, pues la sociedad que la utiliza también lo hace. Recordemos que el lenguaje es una manifestación resultante de las necesidades de las comunidades para comunicarse unes con otres. Así, cuando se necesita modificar vocablos o acuñar nuevos términos para nombrar nuevas realidades, nuestra lengua debe ofrecer una alternativa eficaz a sus hablantes. Todo nuevo término, estructura o estrategia discursiva pasa por un proceso de adaptación y adecuación antes de ser introducida y aceptada en un idioma. Este proceso lo observamos latente en la propuesta del lenguaje inclusivo. A pesar de ser una discusión relativamente reciente, ya existimos muches hablantes quienes lo utilizan. A través de su uso, podemos identificar sus carencias y deficiencias, mismas que podrán adecuarse para permitir una mayor eficacia en su uso. Aunque se antoje lejano el uso generalizado, toda revolución comienza con pasos pequeños.
Tal como ya lo hemos discutido, la discusión sobre el lenguaje inclusivo no se limita al ámbito lingüístico, sino que representa un discurso político. Es una forma de protesta ante el sexismo, el androcentrismo y la heteronormativa que impuestas por nuestra sociedad y que se manifiestan a través de nuestro lenguaje. Nos permite vislumbrar realidades históricamente ignoradas y marginadas a causa de una falta de representación en nuestro lenguaje, a falta de nombramiento. De este modo, la conciencia que tengamos de nuestro idioma al momento de su uso en nuestras comunicaciones y expresiones orales y/o escritas será clave para una lucha contra el sistema heteropatriarcal que nos oprime e invisibiliza. Yo utilizo el lenguaje inclusivo a modo de protesta y como testimonio de mi realidad y existencia como persona no binaria. Moldeo mi percepción del mundo a través del uso que le doy al lenguaje. Por ello, queride lectore, te invito a considerar los puntos discutidos en este artículo. Utiliza el lenguaje de manera consciente y crítica, pues conforme lo hagas podrás comprender mejor tu realidad y tu posición en la misma.
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Esta entrada forma parte de “Preguntas de une chique queer”, una columna que cuestiona tendencias escrita por nuestre periodista Alex Reséndiz.
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