Opinión – “No todos los hombres son malos”… ¿Y qué?

El juicio entre Amber Heard y Johnny Depp ha desprendido una multitud de noticias y opiniones que han polarizado la percepción pública del caso. En las últimas semanas, las redes sociales se han inundado de comentarios, publicaciones, artículos y videos cubriendo el caso. La vasta mayoría de ellos siguen un mismo patrón de ideas que ha definido la narrativa del juicio: se representa a Heard como una mujer despiadada, fría y desalmada, cuyo único objetivo es afectar a Depp; él, en cambio, se nos muestra en una luz agradable, carismática y vulnerable, como la única víctima de la historia.

Esta marcada polarización puede justificarse de distintas formas. En primer lugar, el público general está más familiarizado con el trabajo de Depp. Gracias a su participación en cintas como Piratas del Caribe, El Turista, Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald y, sobre todo, en los proyectos del director Tim Burton, Johnny Depp se ha ganado el cariño de su audiencia. Por su parte, a pesar de que la filmografía de Amber Heard no se queda atrás, destacando por sus papeles en Aquaman, La Chica Danesa y Zombieland, su conexión con el público general no es tan cercana.
Asimismo, esta familiaridad con Depp se ve reforzada con un sentimiento de venganza. Recordemos que el conflicto entre ambas partes se remonta a 2017, cuando Heard acusó al actor de agredirla, declarando haber soportado un abuso emocional, verbal y físico excesivo por parte de Johnny, incluyendo agresiones furiosas, hostiles, humillantes y amenazantes cada vez que cuestionó su autoridad o no estuvo de acuerdo con él. Las acusaciones de Heard ocasionaron que múltiples cadenas y estudios cinematográficos cortaran lazos con Depp, haciéndole tener pérdidas millonarias de contratos. De este modo, en el actual conflicto legal, Depp acusa a Heard por difamación. A pesar de que el objetivo del juicio es el de reivindicar la imagen de Depp, tanto les abogades del actor como sus fanátiques han tomado un acercamiento distinto: buscan demonizar y recriminar a Heard.

La antagonización de la actriz expone más que sólo un resentimiento por parte de su exesposo. El caso ha sido utilizado por muchos hombres para demostrar y ejemplificar un discurso bastante popular, el cual queda perfectamente condensado en una publicación que encontré navegando por Facebook: “El caso de Johnny Depp y Amber Heard nos recuerda que no todos los hombres son malos y que no todas las mujeres son inocentes”. Este tipo de discursos busca desmentir a toda costa el pensamiento de que los hombres pueden representar una amenaza para la seguridad e integridad de las mujeres. De este modo, se busca deslindar a los hombres de su papel como agresores y exonerarlos de toda culpa. Pero ¿realmente es necesario señalar que “no todos los hombres son malos”?
Antes que nada, ¿de dónde surge esta necesidad de los hombres de separarse de la imagen de agresores? A partir de movimientos feministas como el Me Too Movement, se ha cuestionado la cultura machista y misógina que históricamente ha culpado a las víctimas de violencia e ignorado a los perpetradores. Por ello, se busca visibilizar y acompañar a las sobrevivientes a alzar su voz a través de las denuncias públicas y legales. De este modo, estos movimientos confrontan la cultura de la violación resultante del sistema patriarcal. Ésta se refiere a la normalización de actos de abuso sexual mediante el encubrimiento de los agresores y la culpabilización y revictimización de las víctimas. La cultura de la violación se manifiesta de múltiples formas, ya sea a manera de comentarios y chistes de mal gusto aparentemente inofensivos o directamente como intentos de violación, pero siempre se utiliza para desacreditar e invalidar las voces de les denunciantes.

La complicidad juega un papel clave en la perpetuación de esta violencia y cultura. El patriarcado depende de las dinámicas y estructuras de poder, por lo que, al ser cuestionado o señalado, busca la manera de extinguir esas voces y denuncias. Esta complicidad es el llamado “pacto patriarcal”: un acuerdo no verbal entre hombres que pretende defender a toda costa el sistema que les otorga poder y privilegio ante las mujeres. De este modo, podemos comprender la importancia del pacto patriarcal y del encubrimiento en la cultura de la violación. Cuando una mujer alza la voz para acusar a un hombre de agredirla, nuestra sociedad patriarcal hará todo lo posible por silenciarla, pues su denuncia amenaza con exponer la inequidad inherente del sistema y ofrecer resistencia ante él. Cuestionan a la víctima para que su voz pierda poder.
En este sentido, algunos hombres han querido excluirse de dicha narrativa de cómplices y agresores, asegurando que “no todos los hombres son iguales”. Así, se han abanderado bajo la imagen de “aliados feministas”, afirmando y recordando en cada ocasión posible que ellos no actuarían de la misma manera. Sin embargo, este aparente compromiso resulta ser, la gran mayoría de las veces, discursos y promesas vacías, un performance para mostrarse como aliados. La performatividad del apoyo a la lucha feminista puede atribuirse a distintas causas. Por un lado, podríamos señalarla como un intento de buscar aceptación y validación por parte de las mujeres para poder acercarse a ellas. De este modo, esta supuesta alianza funge como un medio por el cual los hombres pueden ganarse la confianza de las mujeres. Por otro lado, este performance podría pretender encubrir sus conductas machistas, misóginas y violentas. Al aparentar ser aliados y compañeros en quienes se puede confiar, estos hombres logran establecer relaciones que, más tarde, pueden aprovechar para vulnerar o agredir a las mujeres.
Considerando lo anterior, ¿cómo podemos distinguir entre los hombres que verdaderamente desafían al patriarcado de los que sólo aparentan hacerlo? Dada la complejidad de la cuestión, muchas colectivas feministas han propuesto la exclusión total de los hombres de espacios y discusiones de, sobre y para las mujeres. Para esto, se han creado consignas y otras expresiones que parten de una generalización de los hombres para señalar, cuestionar y criticar las conductas e ideologías patriarcales. Uno de los ejemplos más conocidos fue el controversial himno feminista “El violador eres tú”, el cual denuncia las manifestaciones de la violencia misógina y patriarcal, así como de la cultura de la violación. Ante la presentación pública de este himno, muchos hombres sintieron la necesidad de aclarar que “no todos los hombres son iguales”. Miles de hombres criticaron y condenaron el himno, pues afirmaban que era extremista y sólo contribuía con la segregación entre hombres y mujeres. Además, se quejaron de la generalización utilizada en la canción y en muchas otras consignas feministas, ya que no estaban de acuerdo con la idea de considerar a todos los hombres como potenciales violadores. Pero ¿a qué se deben este tipo de respuestas de los hombres?

Al cuestionar la credibilidad de los aliados, su respuesta suele ser defensiva e impulsiva. Cuando señalamos el machismo, el sexismo y la misoginia en los comportamientos y comentarios de los hombres, muchos de ellos se sienten atacados y buscan demostrar a toda costa que ellos no son así, o, en su defecto, que la crítica que se hace es irracional y exagerada. Este sentimiento surge de la amenaza que representa dicho cuestionamiento a su posición de poder y privilegio. Se sienten vulnerados, expuestos y atacados porque no conciben la idea de ser ellos los malos del cuento. De ahí su necesidad de aclarar en todo momento que ellos no son como los demás, que con ellos sí estarás segura, que ellos nunca te harían algo parecido. Esta insistencia por demostrar su inocencia proviene del miedo a responsabilizarse de sus actos y a ser señalados ante la sociedad como agresores, como bestias. Pesa más su miedo a una etiqueta que su compromiso por construir relaciones y espacios seguros. Les pesa más perder su poder y privilegio que la violencia que sufren las mujeres que ellos mismos ejercen.
Como podemos observar en el caso de Heard y Depp, muchos hombres han optado por liberarse de esa presión cambiando la narrativa. En lugar de buscar probar que ellos no son los malos de la historia, prefieren señalar que no todas las mujeres son inocentes. Tratan de exponer los comportamientos de algunas mujeres como manifestaciones de violencia en contra de los hombres para victimizarse y, así, antagonizar a las mujeres. De aquí es que nacen mitos populares en estos discursos, como la existencia de un matriarcado o la presunta ventaja injusta de las mujeres en el ámbito legal. En lugar de reconocer su papel en las estructuras patriarcales de poder, los hombres se deslindan de toda responsabilidad y culpa representando a las mujeres como seres irracionales y violentos que exageran situaciones inofensivas. Les resulta más sencillo culpar a las víctimas por la violencia que sufren antes de reconocer el papel del agresor. Asimismo, enfatizan en cada oportunidad la existencia de mujeres agresoras para desacreditar a las víctimas. Bajo este criterio, el hecho de que tanto hombres como mujeres puedan ejercer violencia invalida la posibilidad de señalar a los hombres como los agresores, pues las mujeres también lo son, y, según ellos, algunas veces son peores.
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Esta entrada forma parte de “Preguntas de une chique queer”, una columna que cuestiona tendencias escrita por nuestre periodista Alex Reséndiz.
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