Nota Premiada: El rol de una editora, una reflexión sobre el 9 de marzo

Desaparecí un nueve de marzo, como muchas otras mujeres, protestando por la visibilización de nuestra importancia en la vida laboral y económica del país. No compré nada, no revisé mis redes sociales y no me presenté a la escuela ni al trabajo. El cese de labores no es un día de descanso, es un día de protesta. Pero, aunque hicimos exactamente lo mismo que los años anteriores, esta vez las cosas parecían distintas. ¿Por qué detenernos, argumentaban mis compañeras, si ya se ha perdido el propósito de la protesta? ¿Si ahora las empresas e instituciones dan permiso para llevar a cabo el paro, cuando éste debería ser una decisión civil? ¿Por qué parar si hay tanto que podemos hacer presentándonos?
Así me levanté la mañana del diez de marzo, con la extraña sensación de haber hecho un berrinche. Con la incomodidad de sentirme regañada por mi madre. Con el remordimiento de haber cooperado con aquella estructura opresora de la que pensé estar actuado en contra. No me había unido a la manifestación, pero tampoco había esperado detrás de la computadora el segundo en que llegaran los reportajes de las protestas feministas para subirlos a la página de noticias en la que trabajo. No había compartido los artículos de las periodistas, sus reflexiones sobre la marcha, sus investigaciones sobre mujeres históricas, sus columnas que denuncian las prácticas misóginas del país. No me había desvelado corrigiendo formatos. Si mi única manera de apoyar era publicando, entonces estaba tirando por la ventana la herencia de tantas mujeres valientes que, desde el nacimiento de la prensa en el siglo XVIII, habían decidido ensuciarse las manos de tinta.
Al detener mi trabajo, estaba negando la herencia de Eliza Haywood, sus reflexiones y ensayos periodísticos publicados cada mes en el diario que ella misma creó, el primer periódico escrito por mujeres y dirigido a una audiencia femenina: The Female Spectator. Haciendo frente a la violenta crítica masculina de intelectuales como Jonathan Swift y Alexander Pope, Haywood abrió en su Spectator un espacio para discutir la hipocresía de un siglo que defendía la razón y la libertad pero empujaba a las mujeres a mantenerse en la ignorancia, la dependencia y el silencio. Como editora, no sólo difundió su discurso en contra de los manuales de comportamiento de la época y buscó denunciar las injusticias que vivían las mujeres, sino que también impulsó el trabajo de otras artistas, como la dramaturga Susannah Centlivre, cuya impresión de su obra más famosa The Busy-Body estuvo a cargo de Haywood.
Entre el auge de la crítica política, el triunfo de la libertad de prensa a partir de la Revolución Gloriosa y el poder de la voluntad del pueblo sobre el derecho divino, Haywood salió a la calle a merodear, como un filósofo que observa y cuestiona su entorno, desde una perspectiva femenina. Así como The Spectator inspiró la prensa francesa, Haywood creó un legado de mujeres para mujeres que inspiraría la Revolución y daría pie a la libertad de expresión que hoy tenemos, nuestra activa participación en el periodismo y el derecho a ser remuneradas por nuestro talento. Pero ¿dónde estaba aquella herencia revolucionaria en mi decisión de ausentarme un nueve de marzo, cuando habría que subir los reportajes de las protestas por el Día de la Mujer? La lucha feminista por la difusión de ideas, de reflexiones que desembocan en grandes movimientos, todo eso había quedado olvidado. Simplemente me había cruzado de brazos, dejando que el mundo ardiera sin mí.
Y sí que ardió. Ardió porque la prensa no se detuvo con que yo faltara un día. Ardió porque los periodistas no dejaron de cubrir tan importante evento. Ardió porque sin mí, la editora que le da orden al sitio, la correctora de estilo que revisa los textos, la escritora que escoge con experiencia un atractivo titular, la empresa no pudo continuar. Siempre se le resta importancia a la figura editorial, pero ¿qué habría sido la Revolución Francesa sin una editora que acomodara las letras de metal, colocadas de cabeza y de izquierda a derecha entre los marcos de hierro, golpeara los moldes con tinta y ajustara una tras otra las planchas de papel para imprimir las cuartillas de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana? ¿Qué habrían sido los panfletos de Olympe de Gouges o la Vindicación de los Derechos de la Mujer sin la cautelosa labor de una trabajadora de la imprenta?
Este es el rol de la editora. Su trabajo es una acción política a favor del cambio que, en su limpio y estructurado proceso, tiene el poder de mover y gritar. Es ella quien dicta el juicio final sobre las voces que necesitan ser escuchadas y aquellas que, después de siglos del mismo discurso violento, merecen callar. Es ella quien reescribe la historia a través de su arduo y mecánico trabajo.
Entré a la página, como de costumbre, por la mañana del diez de marzo para arreglar el desastre. En tan sólo un día, una estampida de caballos, compitiendo en los salones del resplandeciente Versalles que había construido con esmero, arrasó con todos mis formatos. Allí estaba mi ausencia, sobre el papel, sobre las notas que habían salido incompletas, con imágenes y títulos que no les correspondían. Allí estaba la falta de una editora.
Mi esfuerzo sólo brilla cuando ya no está, pero soy mucho más que una sombra, una presencia que agrega información cada vez que se actualiza la página. Soy la herencia del Siglo de las Luces. Soy el eco de la libertad y de los grandes movimientos civiles. Pero, sobre todo, soy el legado de tantas mujeres que han impreso las grandes ideas de la historia, aquellas que han tejido con sus palabras un enramado de discusiones y propuestas porque, en vez de resguardarse en la seguridad del tradicionalismo, decidieron creer en el futuro. Si yo falto un día, alguien más pensará que puede hacer mi trabajo. Pero si yo desaparezco, la revolución desaparecerá conmigo.
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Con motivo del 10mo aniversario de su patrocinador, el Grupo Editorial Cúspide, Apalancado felicita a Faride Amero por su premiación como Directora General de Edición dentro de la empresa, así como por la publicación en físico de esta nota, la cual aparecerá en la entrega del 30 de Mayo tanto en el Diario Liberal Metropolitano como en la revista Cúspide.
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