Opinión – ¿Tiene la comunidad LGBTQ+ que “hacerse querer”?

El estreno de la más reciente película de Disney/Pixar, Buzz Lightyear, ha causado polémica por la infame escena del beso lésbico de 3 segundos. La conversación ha girado en torno a diversos puntos. Por una parte, algunes madres y padres de familia han expresado su preocupación por “exponer a las infancias a la ideología de género”. Por otra parte, algunas personas se quejan de una inclusión forzada de la agenda LGBTQ+ en los medios. Sin embargo, de entre tantos comentarios y argumentos claramente lgbtfóbicos, hubo uno en particular que me hizo ruido: el del YouTuber Dross Rotzank. Durante un directo en el que el YouTuber discutió su opinión sobre la polémica, Dross expresó su oposición a las prácticas comerciales de Disney respecto al pinkwashing. No obstante, a lo largo de su directo su enfoque fue cambiando, realizando en más de una ocasión múltiples afirmaciones que rayan en lo lgbtfóbico. Dado a que en su discurso hay distintos puntos que quiero discutir, propongo seccionar este artículo de acuerdo con los fragmentos a analizar para indagar a profundidad en la naturaleza problemática de cada argumento.
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¿Las necesidades de las minorías no importan?
Este primer fragmento presenta las bases de uno de los principales argumentos de Dross contra la “inclusión forzada” de las disidencias en los medios: el que seamos minoría.

Para ver el clip, da click en el siguiente enlace:
https://youtube.com/clip/UgkxDf6Gotbz4ZOJdS8660zn2fg9F_1OnY_U
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“Mire, gente. Ustedes tienen que entender que, en lo más básico, sus causas son dignas de respeto, pero ¿saben una cosa? Ustedes también tienen que entender que ustedes son una minoría, una minoría pequeñita, además. Ni siquiera son una minoría como el segundo candidato que hizo sudar sangre al primero que ganó las elecciones. No. Esto no es 50-50, 50.01-49.98. No. Ustedes son una minoría muy pequeña. El otro día en Argentina, por ejemplo, un país donde estos temas son muy fuertes, quedó demostrado porque hicieron un censo, y el censo tenía una pregunta: ¿eres trans? ¿Y saben cuántas personas en un país de 47 millones son trans? Menos de 50 mil.”
Al recalcar que la comunidad LGBTQ+ representa una reducida parte de la población, Dross sugiere que nosotres debemos ser quienes nos adaptemos. El reclamo de Dross a la comunidad remite a la manera en que otros grupos privilegiados responden al ser cuestionados. Este tipo de argumentos se basan en invertir la narrativa para liberar de culpa al agresor. De este modo, en lugar de ser la sociedad heteronormativa la que se adapte para incluir a la comunidad, se deja la responsabilidad a las disidencias de adaptarse para poder ser incluidas. Sin embargo, por mucho tiempo ya ha sido así. A lo largo de la historia, la imposición de la heteronormatividad en la sociedad ha obligado a las disidencias sexogenéricas a limitar sus expresiones e identidades a los márgenes de la sociedad a conveniencia del sistema. La lucha del colectivo LGBTQ+ nace de la crítica al sistema heteronormativo y patriarcal en el que vivimos. Por ello, responsabilizar a un grupo marginado por no ser aceptado por su opresor resulta ilógico.
Asimismo, el comentario de Dross resta importancia a las necesidades de las disidencias por no responder a los intereses de la mayoría. Bajo el razonamiento de Dross, no importa qué tan alto se escuchen nuestras voces ni qué tan válidas sean nuestras luchas, mientras seamos minoría, somos invisibles. ¿Acaso para Dross las luchas y experiencias de las disidencias valen menos sólo por ser minorías? Calificar la validez de una lucha de acuerdo con la cantidad de personas que la conforman es violento por sí mismo. El argumento de Dross es un reflejo de la violencia sistemática que oprime e invisibiliza a las minorías y disidencias. A lo largo de la historia, se nos ha relegado a los márgenes por no encajar con la heteronorma. A través de la marginalización, se nos ha borrado de la historia, invisibilizado y silenciado, lo que ha perpetuado el control sobre nuestras identidades, cuerpos y voces.
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¿Importan más otros problemas que los de la comunidad?
Aunado al punto anterior, Dross argumenta otra razón por la cual las voces de las minorías no son escuchadas: hay otros problemas más importantes.
“La mayoría está contra ustedes, pero ¿por qué está contra ustedes? No porque sean homófobos. No porque sean transfóbicos. No, no porque sean racistas. Esa misma gente te defendía hasta hace diez años. […] Están en contra tuya, primero, porque hay temas más apremiantes que tus temas, porque hoy día hacer proselitismo político con tus temas es de mal gusto. ¿Sabes por qué? Porque el mundo no está para eso. Hermano, hermana, date cuenta: crisis económica en el cono sur; inflación en todo el mundo; una guerra en Ucrania con Rusia; el peligro de una Tercera Guerra Mundial; […] la clase media está desapareciendo; los chicos que se gradúan ya no pueden tener su propio hogar, tienen que vivir hasta los 50 años con sus padres para heredar la casa. ¿Y a ti te parece que hay tiempo para tus temas? El mundo no está para eso ahora. El mundo está cada vez más cansado de ustedes y se los están demostrando. Y la culpa no es del mundo, la culpa es tuya”.
El discurso de Dross no es algo nuevo. Es un argumento al que recurren muches conservadores para invalidar y quitar del foco de atención de todas aquellas luchas que cuestionan a la heteronorma y al sistema capitalista y patriarcal. Al señalar acontecimientos y problemáticas actuales y contrastarlos con la lucha de las disidencias, nuevamente, busca invalidarlas y minimizarlas bajo la premisa de que algunas situaciones tienen más importancia que otras. Sin embargo, este discurso, además de reductivo, es fácilmente refutable. A través de los lentes de la interseccionalidad, podemos reconocer que las problemáticas que presenta no excluyen a la comunidad. Dado a que todos los conflictos que señala son de carácter socioeconómico y/o geopolítico, su impacto afecta a todes por igual. Respecto a las problemáticas económicas –la crisis económica, la inflación, la desaparición de la clase media–, cabe destacar que tienen un mayor impacto en sectores marginados y vulnerables, tal como la comunidad LGBTQ+ y las personas racializadas. La violencia y segregación sistemática que han sufrido las disidencias históricamente ha resultado en altas tasas de pobreza, falta de vivienda, e inseguridad alimentaria para la población LGBTQ+ y racializada en todo el mundo. Aunque los fenómenos socioeconómicos que señala Dross afectan a la población en general, es evidente que los sectores más vulnerables y marginados resentirán más sus efectos.

En cuanto a los conflictos geopolíticos que señala Dross –la guerra entre Rusia y Ucrania, y la posible Tercera Guerra Mundial–, las disidencias no están exentas de riesgo. Tal como ya he señalado en anteriores entradas a esta columna, la población LGBTQ+ y las personas racializadas son los sectores más vulnerables en los conflictos bélicos. Las disidencias no sólo enfrentan las consecuencias de estas guerras, sino que lo hacen a pesar de la violencia sistemática que viven por el simple hecho de existir. El conflicto entre Rusia y Ucrania ha sido prueba palpable de esta realidad. Hace un par de meses, en pleno apogeo mediático, escuchamos cientos de testimonios de mujeres trans quienes no podían dejar su Ucrania por ser reconocidas legalmente como hombres y que, por lo tanto, estaban obligadas a unirse a la armada. Del mismo modo, se observó un claro racismo contra les refugiades racializades en contraste con sus compatriotas blanques. Historias como estas son testimonio de que, en un escenario de guerra, las disidencias seguirán siendo vulnerables, incluso más que otros sectores.
A través del enfoque interseccional, podemos reconocer que ambas realidades no son mutuamente excluyentes, sino que existen a causa de y/o a pesar de la otra. Del mismo modo, así como las problemáticas que señala Dross no excluyen la realidad vulnerable de las minorías, su discurso tampoco se exime de ser lgbtfóbico y racista. Aunque Dross no pretenda en un principio atacar a las minorías, su discurso no deja de ser violento. No puede excusarse la discriminación y la violencia verbal en su argumento.
Por último, quiero rescatar un tweet de la periodista Rocío Vidal en respuesta a los comentarios de Dross en Twitter:
Tal como Vidal señala, aunque Dross afirma que existen temas más apremiantes que la lucha de las minorías y la “inclusión forzada”, él ha dedicado más de dos videos y al menos una decena de tweets al respecto. El problema de Dross no es que haya otros problemas más importantes que los nuestros, el problema es que existamos y que alcemos la voz al respecto.
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¿Hubo una época de aceptación y de no discriminación?
Siguiendo la misma línea que el argumento anterior, Dross responsabiliza a las minorías del desprecio y la violencia que sufren, asegurando que es algo que ellas mismas “se han buscado”. En este comentario, el YouTuber remite a una época en la que no se discriminaba a las disidencias, y que, incluso, se condenaba la violencia en su contra.

Para ver el clip, da click en el siguiente enlace:
https://youtube.com/clip/UgkxLRFTcjmZx4STjfEPWQJvdSGCWnlZadFj
“[…] el mundo jamás estuvo en su mayoría contra ti. Porque hubo una época antes de todo este cerro de [_] en el que la gran mayoría apoyaba a los homosexuales; en que la gran mayoría veía con malos ojos un acto de discriminación; en que si tú maltratabas a un negro o a una lesbiana, pana, prepárate, porque la gente, los vecinos, te hacían la cruz y más nunca te van a comprar un [_]. Y todo eso lo arruinaron ustedes mismos con actitudes, con falta de representación, con lloriqueadera, con el alcahueterismo, con histeria. Eso lo arruinaron ustedes”.
Ante este fragmento, sólo me queda preguntarme: ¿en qué realidad vive Dross? ¿Verdaderamente existió una época de aceptación de las minorías? Y, de haber existido, ¿es verdad que las minorías son culpables de la violencia sistemática y de la discriminación que sufren en la actualidad? Aunque podríamos dedicarnos a investigar y a buscar un periodo de la historia humana en el que existiera una genuina inclusión y respeto a las disidencias, me atrevo a asegurar que nunca ha existido tal realidad. Una de las principales razones por las que el desmantelamiento de las estructuras y sistemas de opresión y violencia resulta tan complejo es por lo arraigados que están en nuestra sociedad. Todas estas estructuras tienen un trasfondo histórico y social, pues se fundamentan en mitos y constructos sociales impuestos a través de siglos de propaganda. El racismo, la lgbtfobia, la xenofobia, el clasismo y otras formas de discriminación y opresión sistemática no sólo existen para el detrimento de las víctimas de estas, sino que también existen para perpetuar las estructuras de poder y privilegio de los sectores dominantes. El racismo no fue creado para atacar a la población racializada, sino para justificar la posición de poder y privilegio de las personas blancas. La lgbtfobia no sólo margina a las disidencias, también impone la heterosexualidad y el binarismo de género como norma.

Por lo tanto, la afirmación de que las minorías son culpables de la violencia sistemática que sufren es ilógica. El argumento de Dross también replica otro discurso popular entre conservadores: culpar a la víctima. En lugar de hacerse responsable por la violencia que ejerce, Dross recurre a culpar a las minorías de no hacer lo suficiente para no ser violentadas. Señala que la causa del desprecio hacia las disidencias son las actitudes y la histeria de estas. En otras palabras, la comunidad LGBTQ+ es culpable de la violencia que se les ejerce por alzar su voz y visibilizarse.
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¿Tiene la comunidad que ganarse el respeto?
Finalmente, Dross corona esta serie de desafortunados y desinformados argumentos con una última afirmación: las disidencias deben “hacerse querer”.

Para ver el clip, da click en el siguiente enlace:
https://youtube.com/clip/Ugkx19nUv-Lgje1BOPAwHItWGhLoGTiJNUAU
“Si vamos a querer a los trans, si vamos a querer a la comunidad gay, si vamos a querer a la gente distinta a nosotros, tenemos que hacer un esfuerzo. Tenemos que tener tolerancia. Y ellos también se tienen que hacer querer. Que no se han hecho querer, y ese es el epicentro de muchos de los problemas que tienen”.
De nueva cuenta, Dross responsabiliza a las disidencias de la violencia, opresión y discriminación que sufren, argumentando que son elles quienes deben ganarse el respeto. Pero ¿es verdad que el respeto debe ganarse? Si es así, ¿cómo nos ganamos el respeto? El concepto del respeto se ha utilizado a modo de escudo con el que se perpetúan las estructuras de poder y la desigualdad resultante de estas. Se nos ha vendido la falsa idea de que el respeto funciona como moneda de cambio y que está condicionado. Frases como “el respeto al derecho ajeno es la paz” han contribuido a este concepto idealizado de que el respeto debe ser mutuo. Sin embargo, se ha utilizado como una herramienta contra quienes cuestionan las estructuras de poder. El respeto implica un cierto nivel de sumisión, pues comprende la convergencia entre nuestra libertad y los límites de les demás. Por ello, el respeto se condiciona en relación con la consideración de los límites e individualidad de le otre. El problema radica en situaciones como esta, donde se nos exige sumisión y respeto ante aquellas personas que nos violentan bajo la amenaza de que perderemos el respeto si no actuamos como se nos ordena. En este caso, el respeto no se trata de una transacción mutua, sino de una imposición de poder. Se nos niega el derecho a exigir respeto con el argumento de que somos nosotres quienes faltamos al respeto al cuestionar sus conductas y discursos violentos.
Algo similar ocurre con el concepto de la tolerancia. Aunque se nos ha presentado como un valor similar al respeto, necesario para una sana convivencia, la tolerancia también implica una relación de poder. La tolerancia supone asumirse en una posición de mayor poder que la de la persona a la que se tolera. De este modo, la tolerancia, al igual que el respeto, es condicional. No obstante, el problema con la tolerancia es que conlleva un mayor nivel de subordinación. A diferencia del respeto, que en teoría es mutuo, la tolerancia es unilateral. La tolerancia es relativa al individuo que decide ejercerla. Por lo tanto, aquella persona “tolerada” está condicionada a determinadas conductas y actitudes para no perder el respeto y la tolerancia que se les tiene. De cierta forma, la tolerancia puede entenderse como un tipo de permiso. Cuando nos toleran, es como si nos dieran permiso de existir a pesar de no aceptarnos.

Para concluir con esta sección, quiero citar el poderoso discurso de la actriz y activista trans Dominique Jackson:
“Tú no tienes el poder de aceptarme o tolerarme. Te quito ese poder. Tú me debes respetar. […] Y yo nunca le pediré a ningune de ustedes que me respeten, lo exigiré. Tú no me dirás que me aceptas. Tú no me dirás que me toleras. […] Tu me respetarás por quien soy.”
Reconociendo el uso del respeto y la tolerancia como herramientas para la perpetuación de los sistemas y estructuras de opresión, podemos tomar una posición firme ante ellas. No tenemos por qué subordinarnos ante nadie para que se nos acepte y respete. No tenemos que ser tolerades. Si resulta muy difícil el “esforzarse” por aceptarnos y tolerarnos, como Dross plantea, no es responsabilidad nuestra el adecuar nuestras identidades y expresiones de género a sus estándares heteronormativos.
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¿Es el video de Dross una crítica al pinkwashing o es un discurso lgbtfóbico?
A modo de conclusión, propongo una última reflexión. Dross asegura que sus videos y comentarios respecto a la polémica tenían por objetivo el criticar las prácticas comerciales de Disney. En principio, el YouTuber se opuso a la “inclusión forzada” del beso lésbico en la película. Aunque ya he discutido en artículos anteriores cómo no existe la inclusión forzada, concuerdo con uno de los argumentos de Dross: las empresas siguen utilizando a las disidencias y sus luchas como herramientas de marketing. Magnates como Disney se ha aprovechado de la necesidad de las minorías de verse representadas en los medios para lucrar con ella. Estrategias como el queer baiting o el pinkwashing han traído ganancias millonarias a grandes marcas, por lo que puede asumirse que, en la amplia mayoría de los casos, la inclusión de las minorías en los medios sea impulsada por intereses económicos. No obstante, también debemos reconocer el valor de dichas representaciones más allá de sus intereses iniciales. En el caso de la escena en cuestión, el representar una pareja homoparental de forma natural contribuye a la normalización de las mismas. Es importante poder vernos representades, ya que los medios de comunicación y entretenimiento juegan un papel fundamental en nuestra sociedad. Por ello, aunque sepamos que Disney probablemente lo haga por sus propios intereses económicos, se debe privilegiar la importancia y el impacto que tiene para las minorías.
A pesar de que el punto inicial de Dross apuntaba a un diálogo respecto al pinkwashing y la representación de las minorías en los medios, tal como este artículo demuestra, su argumento se vio opacado por sus comentarios discriminatorios. En lugar de ofrecer una plataforma para el diálogo y el debate, parece que su discusión sobre la “inclusión forzada” fungió más como una excusa para vociferar sus prejuicios. Para Dross no importaba qué tipo de representación era, lo que le molestó fue que estuviera presente. Incluso después de confesar que ni siquiera había visto la película, se sintió con la autoridad suficiente para criticarla y para culpar a las minorías por “creerle” a las empresas y su inclusión. A Dross no le importaba nada de eso, lo que le importaba era la polémica. No le importaba criticar el “wokeismo” y la “inclusión forzada”. No cuestionó la importancia de mostrar a la pareja besándose. No cuestionó si tenía un propósito más allá del de lucrar con las minorías. No. Él quería burlarse de la comunidad por ser lo suficientemente tonta como para no darse cuenta de las intenciones lucrativas de las empresas. Quería culpar a las disidencias por la violencia que sufren. Quería ser quien tiene la razón. A Dross no le importa la representación de las minorías ni el cómo las empresas se lucran con ella. A Dross, tal como a Disney, le importan los números.

Esta nefasta historia nos deja con los ojos abiertos. Dross no es el gran crítico “los progres”, es un hombre blanco, cisgénero, heterosexual y privilegiado de 40 años que jamás ha conocido la realidad de las disidencias y de las personas racializadas. Sus videos y sus tweets no son grandes discursos en contra de la ideología de género y la “inclusión forzada”, no son más que una rabieta.
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Esta entrada forma parte de “Preguntas de une chique queer”, una columna que cuestiona tendencias escrita por nuestre periodista Alex Reséndiz.
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