Opinión – Matriarcados y mujeres guerreras rompiendo con la “Asia tradicional”

Las culturas milenarias tienen una fuerte tendencia al tradicionalismo. China es una nación vasta, multihistoriada, constituida por muchas microculturas y microprácticas que se mezclan como los mosaicos de una pared. Pero también es una cultura encerrada en su propia narración principal y que obvia el resto de las historias de su propio pueblo. Cada pueblo dentro de China, por pequeño que sea, es una esencia concentrada, al igual que el «Baijiu».
El «Baijiu» es un fragante licor destilado propio del gigante asiático. Su concentración de alcohol va del 40% al 50%, atribuyéndole un sabor tan fuerte que generó la costumbre de consumirlo en vasos pequeños. Los licores de este país se elaboran principalmente a partir de trigo o arroz, por ello considero que la mezcla de todas esas esencias fuertes y concentradas es lo que realmente da lugar a un país, no la suma de las ideas estereotipadas que omiten partes de su propia historia y caras de su propio pueblo, porque, sino, estarían vendiendo un ideal al mundo, no mostrando un reflejo de sí.
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Las Mósuō (Mosuo), 摩梭
Alejado del mundo, a una altura de 2.700 metros sobre el nivel del mar, se desarrolla uno de los últimos matriarcados de Asia, los Mosuo. El poblado está situado cerca del lago Lugu, al sureste del país. Es una etnia situada entre Sichuán y Yunnan que anteriormente se encontraba aislada, lo cual favoreció la preservación de sus costumbres. Actualmente está abierta al turismo.
La antigua comunidad es relativamente pequeña; según la BBC el estimado de habitantes es de 40 000. El gobierno chino la reconoce como uno de los 55 grupos oficiales de minorías del país.
En dicha comunidad, la cabeza de familia es una mujer. Las mujeres trabajan, no dependen económicamente de un hombre, mantienen a su familia y dirigen la casa. No necesitan a los hombres para desempeñar el cuidado o manutención de un hogar, por ello las uniones que tienen lugar son con fines netamente afectivos. Las uniones entre mosuos son «zouhun» o «matrimonios errantes»; no son realmente matrimonios como lo concebimos en occidente porque no viven juntos ni se casan. Al arribar a la madurez, las mujeres mosuo tienen la libertad de elegir a sus amantes, lo que implica escoger tantos o tan pocos como deseen a lo largo de su vida. Una vez constituida la pareja, el hombre recibe una invitación y luego puede visitar la casa de la mujer para pasar juntos la noche en lo que se denomina «cuarto de flores». A la mañana siguiente, antes de la salida del Sol (en los casos más tradicionales), los hombres regresan a sus casas. Estas parejas viven separadas y los hijos son criados (exclusivamente) en la casa de su madre; el rol principal en la educación del bebé lo tienen las mujeres de la casa y el papel paternal está ocupado por los hermanos y tíos, no por el progenitor. Esto no quiere decir que se excluya a los padres del proceso de crianza, sino que no viven en lo que sería “el típico hogar familiar” occidental. Tanto hombres como mujeres pueden tener tantos encuentros ocasionales como deseen; los encuentros pueden ir de noches ocasionales a asociaciones de por vida. Por ejemplo, si las mujeres colocan un sombrero masculino en la puerta es un indicativo para que otros no entren.
Cuando una mujer pasa a ser «Dabu» o matriarca de la familia se le entregan las llaves del almacén como gesto simbólico, como es el caso de Yang Congmu. Yang se “casó” con un carpintero, para quien tejió un cinturón en señal de amor, como indica la tradición. Pero “Al cabo de un rato, el amor se desvaneció. Mi esposo no tenía nada que ver con los niños y dejó de venir. En la cultura de los mosuo, las relaciones tienen que ver con el afecto mutuo. Cuando se desvanece, seguimos adelante“, narra Yang Congmu.
Entre los paradigmas dentro de la propia comunidad está la historia de Naka, una chica de 18 años que se topa con la duda de si está lista o no para ser la siguiente «dape». Esto que la sitúa entre dos escenarios: salir del pueblo a vivir su sueño o quedarse en el pueblo. Ella vive con tíos y tías (maternos) y, según la antigua costumbre, tendría que pasar allí toda su vida. Su padre vive con su propia familia materna y como toda familia mosuo, sus padres solo se ven en la noche.
Es difícil para muchos turistas comprender el funcionamiento de estas familias y la libertad sexual de las mujeres. Y con razón sería impactante ver un legado matrilineal cuando la costumbre es que la línea familiar se visualice a partir del patriarca. En su libro, “Vida, amor y muerte en las recónditas montañas de China”, la autora Choo Waihong cuenta que: “En las montañas chinas que forman la frontera con el Tíbet hay un lugar en el que las mujeres ostentan la propiedad de las tierras, son cabeza de familia y transmiten los lazos de parentesco… En ese lugar, conocido como «el reino de las mujeres», sus habitantes, los mosuo, no rezan a un dios, sino a una diosa…” Con la apertura cultural consecuencia del auge del turismo ¿peligrará su existencia tal como prevé la escritora? “Son una de las últimas sociedades matriarcales y matrilineales del planeta, pero sus costumbres, que han cambiado poco a lo largo de los siglos, se ven ahora amenazadas por la globalización y por la fuerza uniformizadora de la modernidad.”
Puedes encontrar el libro aquí.
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Las monjas guerreras
Otro grupo que desafía el machismo asiático es el de las monjas budistas del linaje Drukpa Kagyu, una secta milenaria liderada por los Gyalwang Drukpa, practicantes de artes marciales. En Kathmandu, Nepal se encuentra el único convento de monjas en todo el Himalaya donde a las mujeres se les permite practicar artes marciales. En el sitio oficial del lugar comentan que “More than half of us are from the Northern Indian region of Ladakh, a place sometimes called ‘The Crown Jewel of India.’ These days, most of us stay and train at Druk Amitabha Mountain Nunnery in Nepal, but many of us also live in Ladakh, Delhi, and beyond”. En este lugar se les permite realizar ritos: bailes y cantos. Siguiendo al fin y al cabo los principios budistas, entrenan el cuerpo, la mente y el espíritu. Aunque muchos maestros se muestran en shock ante el hecho de que las mujeres lleven a cabo los ritos espirituales, las monjas del templo de Kathmandu se mantienen firmes ante el prejuicio. “We are nuns of the Drukpa lineage, a thousand year old Buddhist tradition that began in the Himalayas when the founder, The Gyalwang Drukpa, witnessed the miraculous flight of nine dragons into the sky. We believe we are returning to our true spiritual roots by championing gender equality, physical fitness, environmentally-friendly ways of living, and respect for all living beings. We began learning Kung Fu for self-defense and for building our inner and outer strength, and it has helped us with meditational focus, staying strong, and working hard for others.”
Puedes conocer más de ellas en su página oficial.
Además, estas mujeres desempeñan labores comunitarias como campañas de concientización sobre el medio ambiente orientadas a la paz mundial y la transportación sostenible. Han realizado grandes colaboraciones ante desastres naturales, como el de 2015 en Nepal: “This year we helped build 201 homes for the victims of the earthquake.”. Encima de ello difunden cada día con su labor y su espíritu la idea de que “las mujeres pueden hacer todo, son capaces y pueden defenderse por sí mismas”, demostrando en su lucha que la igualdad de género es posible, aun con todos los obstáculos.
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Esta entrada forma parte de «Qahwa Chai», una columna de Oriente escrita por nuestra periodista Aby Diago Monzón, y de #DYNAMITE, una campaña enfocada en el apoyo a los movimientos sociales en Asia del Este y la celebración de sus culturas.
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