Opinión – Vivir adentro: las reglas en la calle no están hechas para que vivamos en ellas

Alguna vez has escuchado a un adulto decir “¿Por qué los niños ya no quieren salir a la calle? Siempre se quedan adentro jugando videojuegos” en el mismo aliento en el que se quejan de un grupo de niños haciendo skate afuera de su cochera. Según la académica Gretchen McCulloch el lenguaje puede ser tanto como un arma como una herramienta de asimilación, las reglas se crean con la intención de la “paz social”, pero desgraciadamente, a lo largo de los años las reglas de convivencia urbana se han multiplicado, los niños no pueden correr en el pasto porque hay letreros diciendo que lo tienen prohibido, ya no pueden jugar la pelota porque un vecino se los prohíbe, provocando que la vida en las calles y en espacios comunales sea cada vez más estricto y haciendo casi imposible la posibilidad de disfrutarlo.
Los espacios públicos pueden ser vistos como escenarios en los que las reglas se imponen y se aprenden, formando a los ciudadanos y guiando su comportamiento para mantener un orden y un nivel de convivencia sano, de esta forma las reglas se internalizan haciendo que el individuo no necesite de una autoridad para poder autrorregularse. Desde el aspecto urbano sería cuando, como peatones y ciudadanos, sabemos que debemos de cruzar por el camino de cebra.
McCulloch en su libro “Because Internet”, que se enfoca más en cómo el internet ha sido una herramienta clave en él desarrollo del lenguaje e informal en los jóvenes, dedica un espacio para hablar sobre cómo es que estas reglas, tanto explícitas— letreros, obstáculos físicos— como implícitas—vigilancia por parte de vecinos o de autoridades— han aumentado a lo largo de los años, limitando las acciones de los niños, adolescentes y, en general, habitantes, que si bien tienen que buscar un lugar solamente limitado al vicio para poder hacer actividades recreativas, ya sea solos o acompañados, o recurrir a las conexiones virtuales que brinda el internet. Porque no es coincidencia que los niños prefieran quedarse en casa navegando por internet si salir significa enfrentar un mundo hostil lleno de reglas que no permiten jugar y convivir libremente. No es —solo— holgazanería, es que el mundo, de una forma u otra, no los quiere afuera sin consumir algún producto o servicio, o directamente los considera como posibles busca problemas.
José Antonio Garriga Zucal, en su paper “Del respeto al control social” para la Universidad Nacional de La Plata, señala que las acciones de violencia operan de cinco maneras, y la segunda se define como una batalla en la cual se disputan los límites de lo que es la misma violencia, y que estos cambian con el tiempo o el lugar, un ejemplo seria que no es lo mismo reír a todo pulmón en la calle con tus amigos a hacerlo en un funeral, pero que con el tiempo los funerales se han enfocado más en celebrar la vida de la persona en vez de enfocarse en sentir pena, haciendo posible la idea de reír durante un funeral. Pero estos límites están constantemente en pelea, sobre todo por parte de la parte que ejerce la violencia.
Cuando los espacios públicos son arrebatados de la comunidad y pasan a ser para decoración, abandonados o hechos con tal hostilidad que uno no puede mantenerse ahí por mucho tiempo, no se está creando una ciudad habitable, sino una ciudad que se ve lo suficientemente agradable para habitar, pero no para vivir. La ilegitimidad de quien tiene el gobierno sobre la calle y/o de los espacios públicos es, en esencia, lo que violenta al habitante, quien poco o nada puede aportar en esto.
En estas dinámicas de poder entre el o la gobernante de los espacios públicos, también entran organismos de control y orden, como la policía y el gobierno, ya que la situación, al no estar dentro del marco legal, depende de los ideales de oficiales individuales que se encuentren con la situación, y tendrán que ejercer una acción “correctiva” a quien consideren que la merece y, de parte del gobierno, ellos seguirán siendo los que decidan los diseños y estructuras públicas en las que no viven ellos, con la intención de hacerla parecer deseable para impulsar el mercado inmobiliario, pero no lo suficiente como para atraer a “indeseables”, como vagabundos, adolescentes o niños.
Evidentemente no todo es culpa de las generaciones más grandes, pero en esta columna buscaba señalar su parte del problema al igual de sus características más sistemáticas, porque a la hora de hablar de que los niños deberían de salir más a la calle y hacer más actividades físicas, solamente se habla de su falta de interés y del control que ejerce el internet sobre ellos, pero esa perspectiva me suena más a la interminable guerra entre lo nuevo y lo viejo, que verdaderamente la exposición de un proceso social que debería de ser estudiado.
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Arte original de Regina Domínguez López