9 de diciembre de 2023

Apalancado

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Opinón -El crecimiento de la ultraderecha en Europa. ¿De quién es la culpa?

Con la llegada al poder de Georgia Meloni en Italia, el aumento de simpatizantes hacia Vox y el PP en España y con el final del estado benefactor y del excepcionalismo sueco en las últimas elecciones, la extrema derecha cada vez se hace más presente en Europa. En la última década más de la mitad de los países europeos tienen representación de la extrema derecha en sus gobiernos regionales y locales. En 2010, países como Estonia, Eslovenia, Portugal y España no tenían representación alguna ultraderechista en sus parlamentos. ¿Qué cambio?, ¿qué lo provocó?.

Una mezcla de crisis económica, guerras y de la pérdida de confianza hacia el sistema liberal que prometió tanto, pero que actualmente es incapaz de resolver problemas cotidianos como la falta de comida, vivienda, trabajo y educación, empuja a la población a empezar a buscar culpables. Los políticos ultraderechistas, sin perder tiempo, señalan a los pobres, a los migrantes, a la comunidad LGBT+, a los movimientos sociales como el feminismo o a aquellos que ellos catalogan como “comunistas”.— que bien pueden ser o no simpatizantes de filosofías de izquierda, pero la mayoría de veces solo tiran la etiqueta de un lado al otro para señalar a cualquiera que no este 100% a favor de sus políticas o a sus opositores socialdemócratas, culpables de vender la confianza de la población, como una especie de sinónimo de “agitador” o de “mentiroso” — Pero, al final, su intención es señalar a individuos o comunidades ya de por sí marginadas y desprotegidas, en vez de a la naturaleza de permanente crisis del capitalismo, que con ella atrae guerras y pobreza. Dándole un rostro perseguible a un problema sistemático difícil de materializar. 

Evidentemente no es la primera vez que Europa se enfrenta al auge del fascismo. La crisis que surgió después de la Primera Guerra Mundial y el antisemitismo y racismo presente por siglos en Europa fueron las razones directas por la que lideres como Hitler, Mussolini y Franco consiguieron la popularidad en sus respectivos países. La mayoría de nosotros no vemos sus figuras bajo ninguna luz positiva por nuestro contexto histórico, pero en los años 30s y 40s, su popularidad era más que normal, sobre todo en obreros blancos que creían que todos sus problemas radicaban en un grupo de personas, en vez de en un sistema abstracto y complejo.

El eco del pasado de los antiguos regímenes de la ultraderecha nunca desapareció de la política y vida diaria europea, ya que sus simpatizantes y nostálgicos tampoco lo hicieron del todo, sobre todo por las políticas tibias de los gobiernos socialdemócratas y autodenominados como progresistas que precedieron a estos gobiernos totalitaristas y por su afán de mantener la diplomacia sobre la eliminación definitiva de estos discursos peligrosos y del pánico que había y que aún hay de cualquier cosa que se considere “radical”, sin importar en dónde caían en el compás político. 

Actualmente, después de una pandemia y su consecuente y muy latente crisis política, económica y social, ha atraído a políticos sensacionalistas que buscan culpabilizar a todos, menos al sistema político-económico que tanto defienden. Como demuestra la historia, el capitalismo se beneficia enormemente de la presencia de la ultraderecha por sus visiones de producción, trabajo y nacionalismo, muchas veces excusados por la población que los percibe como partidos moderados o incluso de centro, ya que su referencia de “izquierda radical” son sus ex gobiernos socialdemócratas o de pseudoizquierda que perdieron su confianza hace mucho, impulsando convenientemente a su vez discursos anticomunistas.

Por esto pasa lo qué pasó hace casi 100 años, el acceso de la ultraderecha a los gobiernos europeos está justificado por la mayoría de la población. Ya lo dicen las votaciones, la población los quiere en el poder. Sus políticas económicas, sociales, educativas y políticas se tratarán como un proceso necesario para volver a llegar a una estabilidad idealizada que nunca estuvo ahí.

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