30 de noviembre de 2023

Apalancado

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Se insertan neuronas humanas en ratas para influir en su comportamiento: un dilema entre la ética y la innovación neurocientífica

Científicos de la Universidad de Stanford han logrado trasplantar neuronas humanas al cerebro de ratas recién nacidas. Con este experimento se demostró que tras la inserción de “organoides cerebrales”, la porción trasplantada participa en procesos de aprendizaje de dichas ratas -a pesar de que la integración de las células implicadas es imperfecta-. Alrededor de una década antes se había probado que estas células se podían integrar, pero el equipo de Stanford ha ido más allá demostrando que además pueden participar en el comportamiento de los roedores. Esta revolucionara investigación publicada por la revista Nature este miércoles, abre la caja de escabrosas cuestiones bioéticas: cuál es el estatus moral de estas ratas con neuronas humanas, qué aplicaciones pudiera tener, que implicaciones tendrá, entre otras múltiples interrogantes.

En este experimento se combinaron dos tecnologías. La primera es la producción de “organoides cerebrales”, que son unas pelotitas de pocos milímetros de diámetro con unos algunos millones de células y son utilizados en laboratorios para estudiar el funcionamiento de un órgano real, muchísimo más complejo.  En comparación, un cerebro humano pesa cerca de un kilo y medio, y tiene unos 86.000 millones de neuronas. La segunda es la optogenética, que permite activar o desactivar neuronas empleando ráfagas de láser, lo cual es posible gracias a la previa introducción de genes de algas fotosensibles (sensibles a la luz).

El grupo de Sergiu Pasca, médico rumano que ha dirigido los experimentos de Pasca, toma células de la piel humana y las revierte hasta su estado embrionario. En esta fase, son capaces de convertirse en cualquier órgano del cuerpo, entonces los científicos “guían” a estas células para que se transformen en células cerebrales. Luego, son trasplantadas al cerebro de ratas de tres días de edad; especímenes que fueron genéticamente modificados para evitar el rechazo por parte de su sistema inmune, resume el diario El País.

“Para comprender los trastornos psiquiátricos necesitamos mejores modelos. Y, cuanto más humanos sean estos modelos, más tendremos que abordar estas cuestiones éticas, comenta Pasca. Quien opina que la principal aplicación de sus roedores será la investigación de enfermedades, ya empezaron con el síndrome de Timothy. Se espera que este rayo de la neurociencia ilumine aspectos que a la fecha permanecen fuera de la comprensión de la ciencia. Sin embargo, “hay que ser muy cuidadosos. En la neurociencia ya casi ocurre lo que en el sector de los coches sin conductor, donde los debates son más éticos que tecnológicos”, advierte el neurocientífico Raül Andero, de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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